La
distancia no hace el olvido. Es mucho mejor que eso, la distancia consuela,
acepta y cura. Consuela los sentidos, acepta las preguntas sin respuesta y cura
las ganas de querer saber de él.
Y
así se acostumbra el corazón a olvidar.
Es
cierto que estar locamente enamorado es una de esas locuras que hasta te hace
sentir especial, diferente al resto y que te tomen por loco o no te trae sin
cuidado. Pero estar locamente desenamorado es una de esas locuras cuando ya da
lo mismo reírse de todo que llorar por nada; de las de cal y arena, que te
quita y otras veces te da, y lo peor es que no sabes si al final te acabará
dando o quitando todo.
Un día te despiertas dispuesta a comerte el
mundo y de repente, sin avisar, al día siguiente no te imaginas un mundo
posible sin él. Es como una constante contradicción que te confunde y que en
ocasiones te vuelve loca. Tal vez lo estés, o tal vez no, quizá se
sencillamente que todo tiene su proceso, su camino. Dicen que nos enamoramos
poco a poco, ¿por qué entonces nos empeñamos en desenamoramos del golpe? Eso sí
sería de locos.
Tenemos
la mala costumbre de querer olvidar antes de tiempo, de dejar de querer en un
tiempo récord y reír cuando el corazón necesita llorar. Tenemos la mala
costumbre, sencillamente, de no saber vivir; de desear únicamente los días
soleados, olvidando que sin los días de lluvia no apreciaríamos de la misma
forma un cielo despejado; de sentir intensamente los buenos momentos y
pretender deshacernos de ellos de forma inmediata, cayendo así en nuestra
propia contradicción.
La
distancia no hace el olvido. La distancia se hace con el tiempo, y el tiempo es
sabio; y aunque hoy te quite, mañana pueda dar y pasado te vuelva a quitar, lo
importante es saber (y aquí no existe el quizás ni el tal vez), que al final
del camino, al final del proceso, te acabará dando todo otra vez.
Y
así se acostumbra el corazón a olvidar. Así que…..sonríe.
Io*